miércoles, 25 de septiembre de 2013

La vacuna del gas sarín

Oriente Medio y buena parte de África vienen de siempre siendo gobernadas por dictadores, a cuál más cruel y abyecto. Sátrapas que llegan al poder normalmente gracias a un golpe de estado auspiciado desde el ejército; someten a sus pueblos mediante una ley del terror en la que suelen reparar en pocos límites. Las desapariciones, las torturas, las ejecuciones... son moneda común en buena parte del globo, y en numerosas ocasiones ya ni siquiera llaman la atención de la opinión pública, se dijera que ya estamos vacunados de esos espantos.

Hasta los años 70, especialmente en Vietnam, se utilizó profusamente una vertiente de armas de destrucción masiva, que tienen la ¿ventaja? de ser mucho más baratas y tanto o más efectivas que el armamento nuclear. Bombas sucias al alcance de cualquier país por pobre que sea, y más aún si está gobernado por un tirano: el armamento químico.

La línea roja

Escandalizado el mundo al ver constancia gráfica de sus efectos, pronto se llegó a toda clase de resoluciones de la ONU, tratados de no proliferación, acuerdos de... a través de los cuales el mundo pareció llegar al convencimiento unánime de que ese tipo de armas no debían volver a ser nunca más utilizadas. Casi se convino que mejor era recurrir al armamento nuclear. "Para poca salud, mejor ninguna", podría ser el lema. Aunque más bien esto respondía al principio de que, como las armas nucleares en principio sólo estaban en manos y alcance de los países más poderosos de la Tierra (ganadores de la II Guerra Mundial con derecho a veto en ONU... e Israel), quizá éstos veían peligrosa esa democratización de la capacidad de destrucción. Para sus propios intereses, por supuesto. Incluso llegaron a ser la excusa perfecta para que los americanos embarcaran al mundo en una guerra absurda y en la invasión de Irak, para mayor gloria de los piratas más ricos del siglo XXI: las petroleras.

La indignación

Siria es un país donde han perfeccionado tanto el arte de las dictaduras, que las han convertido en dinásticas. Allí floreció la primavera árabe, pero el cruel dictador sirio Bashar El-Assad (hijo de Hafez) hasta ahora ha reprimido sus brotes a bombazo limpio. Sin importarle lo más mínimo su población, ¡faltaría más! Pero en las últimas semanas asistimos a lo que parecía el principio de su fin: el traspaso flagrante de la vieja "línea roja" marcada hace décadas, con el uso de gas sarín. De nuevo nos volvimos a sobrecoger con imágenes de poblaciones enteras, escuelas, gaseadas sin el más mínimo escrúpulo. Niños muertos dispuestos en hilera. Heridos con horripilantes llagas aullando en búsqueda de auxilio. El mundo necesitaba, parecía, una satisfacción.

Muchos pensamos que ese podía haber sido el final del sanguinario Bashar. Incluso se llegó a dar por segura una nueva intervención internacional para acabar con la amenaza que este tipo supone para la humanidad. Quizá no hubiese sido necesaria ni esa intervención; deseable no lo era en modo alguno. Con que Rusia, su gran aliado, le hubiese abandonado a su suerte, hubiese sido más que suficiente. Pero pronto volvimos a constatar que la ONU es un muñeco de trapo absolutamente inoperante; cuando no vetan los unos lo hacen los otros. Es una agencia más de colocación de políticos y chupatintas, pero a escala mundial. Fueron incapaces hasta de consensuar una resolución de condena.

La vacuna

Después de unos cuantos amagos, al final un acuerdo firmado entre bambalinas permite al asesino Bashar el-Assadcontinuar en el poder, seguir masacrando a su población, seguir exterminándola... pero ha prometido que no volverá a usar el gas sarín. Los rusos; contentos por salvar a su aliado (en EEUU decían de Pinochet: "es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta"; este es de los rusos). Los americanos y países occidentales, aparentemente satisfechos por creer que han salvado la cara y se han ahorrado el dinero de intervenir.

¿Y los niños, y los masacrados? Siguen muertos; seguirán muriendo; ya no salen en la entradilla de los telediarios. ¿Y el resto del mundo? Pues... yo diría que ya también está vacunado para el gas sarín. Al fin y al cabo, las líneas rojas son para jugar a la rayuela, ¿verdad, Mariano?

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